18 septiembre 2006

El hundmiento de una isla

¿ PUEDE HUNDIRSE LA ISLA DE LA PALMA ?

Es una situación que tiene de todo cuanto uno pudiera pedirle a una película de catástrofes naturales. Una maravillosa isla volcánica en pleno Océano Atlántico está a punto de sufrir un colapso de dimensiones catastróficas y amenaza con originar unas olas tan gigantescas que causarían verdaderos estragos por todo el globo en el transcurso de tan sólo unas cuantas horas. Mientras la comunidad científica intenta, en vano, hacer oír sus preocupaciones a este respecto, los gobiernos de todo el mundo se dedican a mirar hacia otra parte.

Sin embargo, el lunes pasado, un destacado experto en la materia declaraba que este escenario, tan cargado de terribles presagios, no sólo es real sino que, además, también está siendo absolutamente ignorado por las autoridades políticas actualmente en el poder.

Bill McGuire, director del Centro de Investigaciones de Acontecimientos Peligrosos Benfield Grieg, perteneciente al University College de Londres afirmaba que una enorme roca, del tamaño aproximado de la isla de Man (53 por 31 kilómetros), está a punto de desprenderse de la isla volcánica de La Palma, en las Islas Canarias.

Cuando esta gran roca -el profesor McGuire asegura que no procede contemplar esta situación en condicional, es decir, plantearse si ocurrirá o no- se hunda bruscamente en las aguas del océano, levantará con su impacto toda una serie de olas gigantes, una clase de olas comúnmente conocidas bajo el nombre de mega tsunamis.

Tras desplazarse a velocidades que llegarían a alcanzar los 800 kilómetros por hora, estos enormes muros de agua viajarían a través de todo el océano y golpearían contra islas y continentes, dejando detrás de sí un espantoso reguero de destrucción.

Los mega tsunamis son de una longitud muy superior a la que tienen las olas que todos estamos acostumbrados a ver. «Cuando una de esas olas se acerque a algún lugar determinado, tardará en llegar hasta ese sitio entre 13 y 15 minutos», asegura el profesor McGuire. «Una ola de esta clase es como una enorme pared de agua».

Los modelos informáticos sobre el posible colapso de la isla demuestran que las primeras regiones en verse golpeadas por las enormes olas -que llegarían a medir hasta 100 metros de altura- serían las Canarias. Al cabo de unas cuantas horas, la costa oeste de África también se vería batida por olas de un tamaño muy similar.

Entre nueve y 12 horas después de que se produjera el hundimiento de La Palma, olas de entre 20 y 50 metros de altura habrían cruzado 6.500 kilómetros de océano para reventar contra las islas del Caribe y en la costa Este de los Estados Unidos y Canadá.

Los peores estragos los causarían en puertos y estuarios, que, a su vez, servirían para canalizar estas gigantescas olas hacia tierras del interior. Las pérdidas de vidas humanas y la destrucción de propiedades alcanzarían, con toda probabilidad, dimensiones inmensas, según afirma el profesor McGuire.

Además, el investigador británico añadía que Gran Bretaña no se libraría totalmente de sus efectos. Lo más probable es que olas de unos 10 metros, aproximadamente, chocaran contra su costa sur entre cuatro y cinco horas después del colapso de la isla canaria, causando graves daños en puertos e instalaciones turísticas.

Los científicos reconocen que es bastante raro que se produzcan esta clase de desastres naturales, de una naturaleza tan devastadora. Como promedio, se produce uno cada 10.000 años. Pero la isla de La Palma podría hundirse mucho antes. «Lo importante es que sabemos que ya se está moviendo», argumenta el investigador McGuire.

La Palma ya despertó la atención de los científicos allá por 1949, cuando su volcán principal, llamado Cumbre Vieja, entró en erupción, dando lugar a que, posteriormente, se desprendiera del flanco occidental de la isla una enorme porción de roca y que ésta penetrase hasta cuatro metros en las aguas del océano.

Los científicos creen que el trozo de tierra que podría desprenderse en esta ocasión, está todavía deslizándose muy lentamente hacia el agua. Aseguran, además, que es muy probable que una nueva erupción del volcán haga que colapse el flanco occidental de la isla en su totalidad. «Cuando comience el fenómeno, es muy probable que todo el proceso se produzca en unos 90 segundos, aproximadamente», añadía el profesor McGuire.

A pesar del riesgo, se está haciendo muy poco para tratar de monitorizar la actividad geológica de la isla de La Palma. Lo único que se ha hecho, hasta ahora, ha sido instalar unos cuantos sismógrafos en el precario flanco occidental de la isla. Pero son unos aparatos que no proporcionan la suficiente información como para poder predecir cuándo tendrá lugar una nueva erupción volcánica.

«Es una situación realmente preocupante», comenta McGuire. El fenómeno se producirá, casi con total certeza, en el transcurso de una nueva erupción. El problema es que, con unos cuantos sismógrafos instalados en la isla, no nos es posible obtener los datos que necesitamos».

El científico hace una seria llamada para lograr que se haga un esfuerzo internacional y se instalen en la isla sensores mucho más sofisticados, así como el posicionamiento adecuado de algunas unidades de satélites, con el objetivo de poder detectar la velocidad de la masa de tierra que caiga en el océano. «Necesitamos disponer de mejores dispositivos para la monitorización de fenómenos como éste, de tal manera que podamos ser capaces de saber exactamente cuándo está a punto de producirse una nueva erupción del volcán», dice el profesor McGuire.

Por lo que se refiere a las inversiones, un sistema de estas características costaría sólo unos cuantos cientos de miles de euros. «El Gobierno de los Estados Unidos debería estar muy atento a la amenaza que supone para su país la isla de La Palma. Los estadounidenses deberían estar realmente preocupados por este asunto», afirma.

Al igual que ellos, también deberían estar preocupadas las autoridades de las islas del Caribe, que son las que tendrían que soportar realmente la parte más dura de las consecuencias del colapso de la isla canaria. «Pero no se lo están tomando con ninguna seriedad. Los gobiernos cambian cada cuatro o cinco años y generalmente no están interesados, en absoluto, en este tipo de cosas», denuncia.

Incluso con un nuevo equipo de monitorización que ya estuviera instalado en la isla, La Palma presentaría un problema muy difícil de resolver para quienes estuvieran encargados de mitigar, en la medida de lo posible, los efectos de los desastres naturales.

Una hipótesis sin fecha

Es que es muy poco lo que se puede hacer para proteger a la isla de los efectos que se deriven de su propio hundimiento. Las barreras que se podrían colocar no serían capaces de aguantar la presión que se produciría con tan tremendo oleaje y una posible división de la isla en dos partes antes de su colapso sería, además de muy peligrosa, una pérdida de tiempo que entrañaría muchos problemas.

Los nuevos sensores que el profesor reclama podrían advertir de una inminente erupción con dos semanas de anticipación. Pero no hay nadie que pueda saber si la isla colapsará durante la próxima erupción o en las siguientes, algo que podría no ocurrir en varios siglos.

Por otra parte, ordenar una serie de evacuaciones masivas de la población podría suponer un impacto financiero que, a su vez, podría originar un resentimiento social si, finalmente, resultara ser una falsa alarma. Un desastre de semejantes dimensiones podría afectar a una población de hasta 100 millones de personas, desde la costa de África a las Islas Canarias y a lo largo de toda la costa este de Norteamérica.

«El futuro presidente de EEUU deberá hacer, en algún momento y un serio llamamiento a toda la comunidad internacional. Porque, cuando entre en erupción la isla de La Palma, ¿qué es lo que van a hacer?», se preguntaba el profesor McGuire. « ¿Va a ordenar el nuevo presidente norteamericano la evacuación de las principales ciudades de la costa este? Porque si lo hace y se equivoca, nadie le va a volver a prestar atención nunca más y, en las siguientes elecciones, le echarán del cargo», se cuestionaba el investigador británico.
La historia geológica de la isla de La Palma comenzó hace millones de años y se prolongará otros millones de años. Esta historia, como la de cualquier otra isla volcánica, está llena de episodios constructivos y destructivos que se suceden al ritmo del tiempo geológico, con periodos generalmente bien definidos, aunque tan dilatados que no pueden extrapolarse al modesto calendario que utilizamos a escala humana.

Ciñéndonos a los episodios destructivos, la mejor -o única- información se encuentra en los depósitos del material movilizado. Una gran parte de este material se encuentra en los fondos marinos y puede corresponder a la acumulación de grandes o pequeñas avalanchas, cuya área madre pudo ser en parte subaérea, pero mayoritariamente submarina, del talud insular.

Este tipo de depósitos se asocia a la fase inicial del crecimiento insular (entre cuatro y 2,6 millones de años para la isla de La Palma). Tres episodios destructivos subaéreos, definidos por depósitos que afloran en superficie, indican que hace más de medio millón de años ya se había completado el último de estos procesos de deslizamiento que, aunque pudo ser de gran magnitud, ni destruyó la isla, ni fue unitario o repentino, ni hay porqué asociarlo a perturbaciones oceánicas catastróficas.

De acuerdo con unos principios básicos, a los que se atienen los especialistas, es lógico suponer que los procesos geológicos que se desarrollarán en la isla los próximos siglos, serán similares a los que vienen sucediendo en los últimos centenares o miles de años, y, en ningún caso, remontándonos a lo que pudo ocurrir hace millones de años en un periodo evolutivo insular totalmente distinto al actual.

En este marco, los procesos destructivos previsibles serán puramente erosivos, enmarcados en la red de barrancos y escarpes costeros. Cualquier modificación de este criterio, tendría que basarse en la aparición de nuevos síntomas, que tampoco ocurrirían de una manera súbita.

Por otra parte, la actividad volcánica actual en la isla de La Palma es bien conocida y no ofrece motivos de especial preocupación, aunque requiere una vigilancia. En la alarmista especulación se alude como posible desencadenante del teórico colapso a unas fallas aparecidas en la erupción del volcán Nambroque o San Juan del año 1949.

Tras la alarma surgida hace cuatro años, se tomaron medidas que permitieron comprobar la estabilidad de las laderas que podrían verse afectadas. En su momento, los especialistas españoles ya emitieron unos informes.

La difusión de alarmas injustificadas, es una vía frecuentemente utilizada por determinados investigadores para llamar la atención sobre sus trabajos y conseguir financiación.

Fuente: El Mundo

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